La arquitectura vernácula es aquella que se constituye como la tradición regional más auténtica. Esta arquitectura nació entre los pueblos autóctonos de cada región como una respuesta a sus necesidades de hábitat.

Lo que hace diferente a estas edificaciones de otras, es que las soluciones adoptadas son un ejemplo de adaptación al medio, al paisaje.

Esta arquitectura es realizada por el mismo usuario apoyado por sus vecinos y se basa en el conocimiento de sistemas constructivos heredados de sus ancestros. 

La arquitectura popular o doméstica canaria en el ámbito rural es una arquitectura sin arquitectos, con sello propio pero con aportaciones andaluzas, portuguesas, gallegas, etc..., son viviendas aisladas en zonas campesinas, por lo general en las medianías de nuestras islas. Aquí las influencias del exterior son poco frecuentes por lo que estas construcciones aparecen plagadas de autenticidad, funcionalidad y humanidad pues han sido logradas con escasez de recursos y  no se ha malgastado nada que no fuese necesario para lograr su utilidad.

Nuestras viviendas campesinas disponen de todo lo indispensable para una vida tranquila y sosegada si no fuera por la marginación y la pobreza que sufren los que las habitan.

Caso contrario es el de las clases adineradas, que dentro de una línea de funcionalidad, construyen casas de dos plantas en el campo y mucho más ricas en el empleo de la madera. Sin embargo, la arquitectura doméstica en el ámbito urbano ha estado siempre muy influenciada por los condicionamientos que comporta todo agrupamiento de viviendas o sea, adaptación a unas calles y ordenanzas municipales, a esto habría de añadirse las influencias del exterior siempre más acusadas que en el medio rural por lo que en ocasiones se la denomina “arquitectura culta”.