PRESENTACIÓN

El indiscutible auge que ha experimentado la cinematografía asiática en las últimas décadas puede evaluarse por la avidez de un selecto público occidental que reclama ansiosamente nuevos planteamientos narrativos, hartos ya de las repetidas fórmulas de Hollywood e, incluso, de las propuestas del cine independiente occidental. Han sido los festivales de cine más importantes —Cannes, Berlín o el Festival de Cine Asiático de Deuville— los que inicialmente cedieron a la seducción de Oriente, al exotismo, a la curiosidad de una cultura en perpetuo movimiento, que muere cada segundo para renacer en universos convergentes. Oriente y Occidente constituyen dos mundos paralelos en sus ritmos de supervivencia, oscilando en las mismas preocupaciones existenciales. Es, sin embargo, el primero el que estimula nuestra imaginación ante la singularidad de lo lejano e inalcanzable. Nos referimos a historias narradas, con un lenguaje diferente, por cineastas que sorprenden por su filosofía y modo de entender el discurrir del tiempo y el espacio, y nos apartan con determinación de nuestros exhaustos hábitos retinianos. Jóvenes directores, a menudo incomprendidos en sus países, que se lanzan al vacío misterioso de lo absurdo, lo extraño, lo peculiarmente extrasensorial, muchas veces como respuesta subversiva a una industria local, orientada al consumo masivo y afanada en producciones que se desarrollan dentro de un eclecticismo instaurado, producto de la aleación de un cine compuesto por la remota devoción a las artes marciales, el terror, la violencia o melifluas historias de amor, que constituyen una amalgama muy al gusto del gran público oriental.

En este ciclo concurren cuatro directores con gran reconocimiento en Occidente, cineastas que han sido seducidos por la gran industria de Hollywood para la que han realizado algunas producciones de gran calado artístico. Sin embargo, no debemos obviar que sin la fuerza mediática de certámenes como los anteriormente citados, el cine que actualmente se realiza en el continente asiático no habría pasado de ser una mera anécdota en la historia de la cinematografía.

La primera de las películas del ciclo, El olor de la papaya verde, es obra del director Tran Anh Hung, nacido en Vietnam en 1963 y educado en Francia, donde estudió en la prestigiosa escuela de cine Louis Lumière College. Tran adquirió renombre mundial después de que este su primer largometraje fuera nominado al Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera y resultara galardonado con otros prestigiosos premios internacionales. Tran Anh Hung nos demuestra, entre otras cosas, que para realizar un filme de entidad no es necesario contar con un cuantioso presupuesto. Rodada íntegramente en interiores, la escenografía perfecta —plena de riqueza visual y sensualidad— convierte sus imágenes en un auténtico goce para los sentidos.

Wong Kar-Wa dirige Deseando amar. Este cineasta, nacido en Hong Kong en 1958, se graduó como diseñador gráfico en la Universidad Politécnica de esta región en 1980, aunque su auténtica vocación siempre fue el medio audiovisual, consiguiendo trabajar en la televisión como guionista. Para la industria cinematográfica hongkonesa ha realizado con éxito cine comercial al gusto del público nativo; sin embargo, otras producciones más selectas resultaron un fracaso en su país. Won Kar-Wa está considerado un director de prestigio internacional y es conocido como “el poeta de la imagen”. Junto con su inseparable director de fotografía, el australiano Christopher Doyle, ha devuelto al panorama cinematográfico una revisión posmoderna y oriental de aquel estilo de cine que ya puso en práctica en los años sesenta la nouvelle vague francesa.

Kim Ki-Duk nació en Boghwa, Corea del Sur, en 1960, donde es reconocido como uno de los más significativos representantes de la vanguardia cinematográfica de ese país. Proviene de una familia de clase obrera y no ha recibido formación técnica alguna como cineasta, carrera que comenzó a los 33 años como guionista y director. Autor de una docena de obras, a veces altamente experimentales, su cine se distingue por el ritmo pausado, el fuerte contenido visual muchas veces cruento, el parsimonioso uso del diálogo y el énfasis en individuos criminales o inadaptados a la sociedad. La película que presentamos, Bin-jip (Hogares vacíos), internacionalmente conocida como Hierro 3 (el palo de golf menos utilizado en este deporte), supuso para este afamado director el definitivo reconocimiento en los circuitos más exigentes del cine occidental.

La película que cierra este ciclo, La boda de Tuya, está dirigida por Wang Quan’an, nacido en Shanxi, China, en 1965. Es uno de los directores y guionistas más destacados en el mercado cinematográfico de su país y ha ido alcanzando gran reconocimiento en el ámbito internacional. Graduado en la Academia de Cine de Beijing y el Instituto Central de Drama, Wang Quan’an manifiesta en su cine la línea que han seguido los denominados directores de la “Sexta Generación”, nombre concedido a un colectivo de realizadores chinos que desde finales de los años 80 y durante la década de los 90 ha reflejado en sus películas la realidad social del país, poniendo de manifiesto la problemática de la modernización en China y utilizando las fórmulas narrativas adecuadas a los nuevos modelos de soledad urbana. En La boda de Tuya Wang Quan’an realiza una puesta en escena lo suficientemente lúcida para ofrecernos un film capaz de ser contemplado con el alma, sin que su director caiga en ningún momento en los excesos.

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