Organiza

Fundación Cristino de Vera - Espacio Cultural CajaCanarias

Lugar

C/ San Agustín, 18. C.P. 38201
San Cristóbal de La Laguna
Santa Cruz de Tenerife

Presentación

Al examinar la obra de Plácido Fleitas, cualquier observador tiene la impresión de que el artista vivió muchos años, que pudo desarrollar su trabajo sin restricciones, contando con un horizonte temporal generoso. La magnitud, incluso numérica, de esa obra; la técnica empleada para conseguirla (la talla directa), las distintas etapas reconocibles de su evolución, etc., podrían confirmar la certeza de aquella impresión. Y, sin embargo, Fleitas, nacido en 1915, falleció en 1972, es decir, a los cincuenta y siete años, en plena madurez vital y plástica; y, sin duda, dejando por hacer una parte sustancial de su trabajo. Los numerosos dibujos y bocetos de esculturas que conservó en su estudio confirman la existencia de una vasta riqueza de pensamiento formal que seguramente conseguiría trasladarse a la piedra o a la madera de manera satisfactoria, ampliando su repertorio plástico.

Hay dos razones que justifican el que consideremos esa obra dentro de un arco temporal dilatado, aunque este fuera desgraciadamente corto: 1) la fecha temprana en que Plácido Fleitas comienza a producir obras estimables (1929) cuando apenas tenía quince años; 2) la intensidad y dedicación con que realizó su trabajo a lo largo de toda su vida. En la exposición colectiva de la Escuela Luján Pérez, que data del año citado anteriormente, la suya fue una de las aportaciones más numerosas (14 dibujos y 22 tallas en madera); y hasta pocos días antes de su fallecimiento (12 diciembre, a causa de una dolencia cardíaca) estuvo trabajando al aire libre, en la marina de Las Palmas de Gran Canaria, en las esculturas de la serie Magia de la Naturaleza. Fleitas fue siempre un hombre solo, tocado de una incipiente misantropía que se acentuó con el paso de los años; su relación con amigos y familiares no fue muy cordial; se permitía muy pocas distracciones (tocar el timple era una de ellas). El aspecto sonriente con que se muestra en algunas fotografías no oculta una melancolía que parece innata. Viajó algo por España y Europa (con ocasión de sus exposiciones en Madrid, Barcelona, París y Copenhague). Pero su universo real (y diría que casi único) estuvo centrado en su pequeño estudio de la calle Torres, en Las Palmas de Gran Canaria. Entre aquellas dependencias elementales, con dimensiones de apartamento al que desahogaba un patio de paredes rústicas, elaboró todo su arte.

Solo y encerrado, pero no cerrado: la evolución de su obra da cuenta de ello: creador de un genuino tipo racial canario, ligado al ámbito más popular de la isla (los rostros de las mujeres del sur, las lavanderas, los tarrayeros, las aguadoras, etc.), pudo también abstraer esas formas de manera consistente, sin perder su referencia figurativa, pero muy próximas a la abstracción, en piezas como Toro o Maternidad. Son, estas últimas, esculturas elaboradas a partir de 1951, después realizar un primer viaje a París, disfrutando de una beca concedida por el Instituto Francés. Allí tuvo ocasión de conocer a Óscar Domínguez, de visitar, cómo no, a Pablo Picasso, y de ver personalmente el arte que entonces exponían las galerías francesas (el auge de la abstracción y de su contrario, aunque también abstracto, el arte geométrico). Asimiló una influencia muy favorable, la de Henry Moore, aunque no supo trascender la de otra artista inglesa, Barbara Hepworth. Desde 1965, su dedicación casi exclusiva fue el trabajo en las esculturas de Magia de la naturaleza, una serie en piedra arenisca, de gran envergadura (algunas piezas tienen 2,60 metros de alto), que quedó sin concluir por la muerte del artista.

Las historiografías nacionales recuerdan parcamente la labor de Plácido Fleitas; aunque esta no ha tenido, creo, la repercusión que sin duda merece. En el contexto de la escultura española de los años treinta y cuarenta, ese trabajo no cede en importancia a los de otros escultores más celebrados, como Julio Antonio, Barral o Pérez Mateo. Y en el ámbito local, el ideario que los vanguardistas insulares discutieron en los años 30 acerca de la identidad canaria en arte y literatura, debe mucho a la imagen que proyectaba la obra de Plácido Fleitas. Méritos que justifican su permanencia, a pesar de todo.