Sobre el artista
Cristino de Vera, nacido en Santa Cruz de Tenerife el 15 de diciembre de 1931, estudió pintura con Mariano de Cossío en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal. A los diecinueve años, en 1951, se trasladó a Madrid —donde aún reside— para continuar su formación junto a su maestro, el pintor Daniel Vázquez Díaz, coincidiendo en su taller con diversos artistas, como Rafael Canogar y Rafael Moneo, entre otros. Además, asistió a clases en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y visitaba con frecuencia el Museo del Prado y el Círculo de Bellas Artes.
Su primera participación en una exposición colectiva tuvo lugar en 1952, en la galería Xagra, mientras que su primera muestra individual se celebró en 1954, en la galería Estilo, también en Madrid. En la década de los sesenta, gracias a una beca de la Fundación Juan March, realizó un viaje por distintos países europeos: Francia, Italia, Bélgica y los Países Bajos. A partir de entonces, su obra, en pleno proceso de consolidación estilística, comenzó a captar la atención de la crítica especializada, que ha coincidido en resaltar los valores profundamente espirituales de su pintura.
Entre las exposiciones más destacadas de su trayectoria cabe mencionar las celebradas en: el Ateneo de Madrid, las Salas de la Dirección General de Bellas Artes, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Arqueológico Nacional, la Abadía de Silos (dentro de un programa impulsado por el Reina Sofía), el Instituto Valenciano de Arte Moderno y CaixaForum Madrid. También son especialmente relevantes las muestras celebradas en la Sala Dalí del Instituto Cervantes de Roma y en el Instituto Cervantes de París, ambas inauguradas en 2024 y comisariadas por Juan Manuel Bonet. A estas hay que sumar numerosas exposiciones organizadas por distintos museos en Canarias.
Con más de setenta años de trayectoria profesional y una obra sólida y coherente, Cristino de Vera ocupa un lugar destacado en la historia del arte contemporáneo español. Ha recibido numerosos reconocimientos oficiales y galardones, entre ellos: la Medalla de Oro de Canarias (1996), el Premio Nacional de Artes Plásticas (1998), la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2002), el Premio Canarias de Bellas Artes e Interpretación (2005), y su ingreso como académico de honor en la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel (2005). Destaca, además, que a comienzos de este año fue la primera persona en recibir la Gran Distinción de Nivaria, el máximo reconocimiento honorífico otorgado por el Cabildo de Tenerife.
La obra de Cristino de Vera forma parte de algunas de las colecciones de arte más relevantes del país, entre las que se encuentran: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, el Museo del Monasterio de Silos, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, la Fundación César Manrique, el Museo Internacional de Arte Contemporáneo, el Centro Atlántico de Arte Moderno, Tenerife Espacio de las Artes y el Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Asimismo, está representado en la Colección de Arte de CajaCanarias y en la Colección de Arte del Gobierno de Canarias. Esta última, compuesta por 35 óleos y dibujos donados por el pintor en la década de los 90, se encuentra en depósito en la Fundación Cristino de Vera.
Cristino de Vera ha desarrollado una poética muy personal, estrechamente vinculada a los sentimientos más profundos del ser humano: el dolor, la angustia, el sufrimiento, el tiempo, la soledad y la muerte. Conceptos que el artista ha sabido traducir a un universo de excepcional belleza, en el que abundan cráneos, velas, rosas, tazas, vasos, pañuelos, cestitos: símbolos iconográficos que, depositados sobre una mesa, en el alféizar de una ventana o aislados al fondo de una habitación, hablan del sufrimiento, del drama de la existencia o de la fugacidad de la vida. Es en ellos donde se encuentra el elemento diferenciador de su obra, la esencia de su pintura: la luz.
Esa luminosidad “metafísica” que irradian los objetos —de dentro hacia afuera— y que los envuelve con una especie de aureola, confiere a su obra plástica una dimensión espiritual. La crítica especializada se ha encargado de relacionarla, desde sus inicios, con el mundo de la literatura y la poesía mística española, así como con el influjo de otros artistas antiguos y modernos situados en la misma órbita espiritual y creadora. También se ha destacado la relación con los hallazgos que el pintor realiza en la escritura y el pensamiento de grandes metafísicos, filósofos y poetas místicos de Oriente y Occidente, con los cuales se le reconoce una estrecha conexión.
La vinculación de esta obra plástica con la poesía española presenta, sin embargo, una importancia muy especial. No solo porque Cristino de Vera se haya acercado a la poesía, sino también por el hecho de que no pocos poetas contemporáneos se han sentido próximos a sus búsquedas espirituales y expresivas. Entre los poetas que se han acercado al mundo del artista se encuentran Gerardo Diego, José Hierro, Carlos Edmundo de Ory, Ángel Crespo, Manuel Padorno, Carlos Oroza, José Miguel Ullán, Lázaro Santana, Juan Manuel Bonet, Enrique Andrés Ruiz y Andrés Sánchez Robayna.
Sobre Cristino de Vera, Carlos Edmundo de Ory señalaba que “cualesquiera que sean sus maestros, la escuela suya es intemporal. Es el arte visionario, en sus dos procesos (físico y psíquico, real e imaginario), de los pinceles inspirados en la luz y en los esquemas plásticos, en la atmósfera diluida y los contornos masivos. Esta pintura de volúmenes en el vacío, esencialmente luminosa, trasciende el objeto. Se espiritualiza, pone alma...”.
Por su parte, José Hierro escribía sobre la pintura de Cristino de Vera: “El espectador se acerca, sorprendido, a este vuelo de abejas que son los cuadros de Cristino de Vera. No comprende, en principio, la relación entre la geometría compositiva, tan rigurosa, la contención de los tonos, en los que ni los rosas ni los amarillos poseen alegría, y este cabrilleo del pincel, su puntillismo (aunque aquí lo de puntillismo no tenga las resonancias posimpresionistas que lleva adherida la palabra).” Y añadía: “La pintura de Cristino de Vera es una tentativa de reconstruir las formas reales partiendo de su imagen espiritual. Este artista canario, como Machado, solo recuerda la emoción de las cosas y se olvida todo lo demás. De ahí que cada toque de pincel sea un titubeo y una aventura, no un picoteo mecánico para quitar monotonía a las tintas planas. Después de cada pincelada, Cristino de Vera cerrará los ojos, para ver si aquel punto real coincide con el que el objeto tenía en su recuerdo”.