PRESENTACIÓN

En los oscuros años de la posguerra española, bajo la estrecha mirada del régimen, se desarrollaría en todo el territorio nacional un movimiento cultural que generará en artistas e intelectuales un nicho de creatividad en connivencia con la dictadura franquista.

El exilio interior, como un aislamiento dentro del aislamiento, proporcionó a estos creadores, que buscaban nuevas formas de expresión y planteamientos estéticos, cierta libertad dentro del páramo de la represión  que vivía el país. De manera simultánea, y dentro de aquel turbio panorama, un grupo de jóvenes artistas pugnaban en Canarias por abrir nuevos caminos y eliminar la inabarcable frontera que suponía la insularidad. Esta emergente generación elegirá diferentes destinos, siendo Madrid, por sus relevantes museos, centros de aprendizaje, galerías de arte, talleres y tertulias, una de las ciudades preferidas para ampliar sus horizontes creativos.  La diáspora artística comienza con César Manrique que se traslada a la capital madrileña en 1945 para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, interviniendo, poco después, en la fundación de una de las primeras galerías de arte de vanguardia. Más adelante, en 1951, será Cristino de Vera quien abandone el archipiélago para continuar sus estudios artísticos en el taller de Daniel Vázquez Díaz. En Madrid, ejercerá su oficio en solitario por el discurrir de la segunda mitad de siglo hasta nuestros días, convirtiéndose en una figura clave del  arte español.

En 1955,  la carencia de estímulos artísticos y culturales motiva a a junto un grupo de amigos a poner rumbo a ese mismo destino en 1955. Manolo Millares, junto a su esposa Elvireta Escobio, así como a Martín Chirino, Alejandro Reino y Manuel Padorno,  a abandonar las islas en 1955, poniendo rumbo a ese ese mismo destino.

Cuando Millares se traslada a Madrid llevaba consigo el germen de una obra con sólidos fundamentos  estéticos, pues ya había realizado las Pictografías, nacidas de su aproximación al surrealismo y el pasado prehispánico insular, y los Muros y Perforaciones, donde el uso de materiales de diversas calidades señalaban su afán constructivo. El contacto con otros compañeros de similares inquietudes en territorio peninsular va a ser determinante no sólo para la evolución de su producción, sino también para los nuevos derroteros que tomará el arte español.

Manolo Millares participará en la creación de El Paso, en 1957, uno de los grupos que dará solidez a la corriente informalista española. A partir de entonces, configura una estética personal de fuertes rasgos expresivos, descubriendo en la arpillera rota, arrugada, desgarrada y recosida el mejor material para trasmitir la trágica realidad de la sociedad de su tiempo, y en la utilización del negro, rojo y blanco, la gama cromática con la que mejor expresa sus emociones y sentimientos.

La exposición que presentamos en la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias reúne parte del trabajo de madurez de Manolo Millares depositada en las colecciones institucionales y privadas del ámbito insular canario. Un conjunto de 16 obras -que comprenden arpilleras y pinturas sobre papel, realizadas por Millares entre 1957, año crucial de su carrera artística, hasta las más dramáticas y luminosas ejecutadas en los últimos años de su vida- nos descubrirán la conciencia ética y estética de un creador cuya iconografía monstruosa sirvió para denunciar las atrocidades a las que estaba expuesto el hombre moderno.